lunes, 27 de enero de 2020

Los videojuegos son datos, y eso es también bello


No pasa nada por reconocer que un videojuego son datos echando a correr, meros dígitos, instrucciones complejas que dan como resultado cosas entretenidas e interactuables. No hay que tener miedo a reducir esos bellos universos, esos laberintos hermosos y esas emociones extraídas de ese ejercicio a lo más primordial, a lo primigenio: Datos. Los videojuegos responden a ideas creativas en la misma proporción que a los procesos de ejecución y desarrollo. Detrás de cada bello mundo, hay algo artificial que se ha pensado así y para que funcione así.







Cuando se está creando un videojuego, hay una parte en la que interviene la imaginación, y en la que deja de intervenir... porque hay que trabajar en hacer eso posible. Ninguna idea maravillosa ha nacido del éter de la maravillosidad, ni ha surgido espontáneamente traída por una musa; todo viene dado por ingeniería, por procesos entrecruzados, por departamentos humanos y de humanos que están transformando ese abstracto en un lenguaje más común y digerible. Lo que terminamos jugando no es más complejo que aquello que se ha hecho para que eche a andar -con la dificultad que ello implique-.

Tras la maravilla gráfica y artística hay geometría, tras las mecánicas jugables hay cálculo, tras los argumentos hay borradores y toneladas de líneas de diálogo descartadas, tras las ideas hay documentos de diseño densos y mil veces modificados. Tras cada paso que da tu personaje hay motores complejísimos que ni yo entiendo ni entenderé jamás. Tras los paisajes hay cientos de trucos perros de ahorro de memoria, ilusiones ópticas y "la magia de un mago".

Yo no tengo miedo a reconocer que mi máxima pasión nace de procesos humanos que no se fingen. Aquello que más me gusta nace de complicadas operaciones matemáticas, de profesionales que quizá no vayan ondeando una sonrisa todo el tiempo, de lugares sometidos a leyes e instrucciones, de horarios, de debates interminables, de jerarquías, también de injusticias y de momentos duros, así como risas, estrés, suspiros y otras emociones. Los videojuegos son complejamente simples. No hablan, pero se comunican. Conocer el lenguaje del que está hecho aquello que más amo, es amor correspondido.



Me basta, en ocasiones, con divertirme, con sentir lo más primario, lo que un videojuego espera de mi -entretenimiento-. No tengo la necesidad, cuando juego, de considerar eso como algo elevado. Puedo sentir eso mismo reconociendo que me lo estoy pasando de miedo con un conjunto de instrucciones que un grupo de personas inteligentes ha ordenado para mi.

El videojuego es inteligencia, es ingeniería, es orden lógico. Son parámetros que bailan y cantan para mi, y me parece hermoso de vez en cuando querer conocer esos parámetros, ver qué hay detrás. Y, de ningún modo, querer reducir todo ello al átomo más simple. Los videojuegos son instrucciones que responden a mis órdenes. Son estadísticas y operaciones que están a mi servicio, y que hacen lo que yo quiero a través de un dispositivo externo que yo pulso y controlo.

¿Por qué iba a necesitar salir del propio videojuego para entenderlo? ¿No debería bastarme con entender, simplemente, quién y cómo ha hecho eso? O incluso... ¿no hacerme ni estas preguntas y limitarme a disfrutar, o a sentir?

La belleza, a veces, es lo que no se ve y sobre eso que no se reflexiona casi nunca. Y bastantes veces no suscita complejas reflexiones o no debiera. Quien se pregunte si hay algo más, siempre podrá ir más allá, pero a veces ese "más allá" consiste en no despegar los sentidos de lo que estás viviendo en primera persona.

Tengo todo lo que necesito delante, y ahora simplemente quiero aprender por qué las cosas son como son. A través de las mismas preguntas que me hacía de niño sobre el funcionamiento del mundo que me rodeaba, son las que quiero seguir haciéndome. Si eso le resta "magia", qué le vamos a hacer. A mi, al menos, me parece todavía lo suficientemente bello entender qué ocurre con lo tengo delante mientras sujeto un mando.



fran_friki

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